lunes, 26 de abril de 2010

LA PRIMAVERA

Tras unos meses de estudio (nos hacemos viejos estudiando), volvemos por estos lares.
Coincidiendo con las vacaciones de la Semana Santa pasada (con procesión incluida, en la Carretera de La Coruña) tuvimos la ocasión de volver a casa y ver las primeras manifestaciones de la ya esperada primavera.


Los castaños, robles y hayas conservaban aún su vestido invernal (echándose ya de menos el verde intenso de las primeras hojas, que espero ver en mi próxima visita), pero en el suelo comienzan a apreciarse pequeños indicios que indican que algo empieza a cambiar. Destacan sobremanera las que nosotros llamamos flores de San José (las primeras se ven coincidiendo con el día del Padre); son las más adelantadas de nuestras flores, adornando prados y cunetas de carreteras, generalmente en zonas sombrías.
En castellano se conocen como prímulas, haciendo su nombre referencia precisamente a su temprana floración. Al parecer, tienen, tanto las hojas como las flores, propiedades medicinales. En la ya muy conocida Destilería de Llavandera mi padre elabora desde hace años un orujo con los pétalos de las flores. Ignoro sus propiedades medicinales: lo único que experimento tras su ingesta es un fuerte dolor de cabeza y un notable malestar estomacal a la mañana siguiente, síntomas similares a los que suelo padecer después de una noche de folixa a base de Coca Cola, hielo y White Label (de garrafón, claro está, aunque la culpa va a ser del hielo, que no deja de ser agua en estado sólido, y ya se sabe que el agua no es precisamente la mejor de las bebidas).

Con el paso de los años, uno se fija en cosas y detalles que antes pasaban desapercibidos. Así, me llamó la atención la presencia, en zonas soleadas, y, generalmente, en suelos pobres y sobre rocas, de otras pequeñas flores de color amarillo que únicamente podemos ver en todo su esplendor durante unas pocas semanas al principio de la Primavera.
Se trata de narcisos, de una de las tres o cuatro especies de narcisos que, en estado silvestre, podemos observar en nuestro Paraíso Natural y, aunque las fotografías no les hacen demasiada justicia, son realmente llamativos.

Bueno, acabo la entrada con una flor mucho más modesta y a la que llamamos (no sé por qué) Flor del Diablo; extraño nombre para una especie no exenta de belleza, a pesar de su abundancia. Se trata de la flor del diente de león, planta de la familia de nuestras ricas lechugas y cuyas hojas son también comestibles. Llevo años queriendo probarlas en ensalada, pero no acabo de animarme. Espero poder hacerlo este próximo verano.
Esta fotografía fue tomada con motivo de una visita que realizamos durante los días de Semana Santa a uno de los pueblos más conocidos del concejo cangués (Llamas del Mouro), donde destaca su Palacio, que en su día fue, según cuenta la leyenda, propiedad de descendientes de Cristóbal Colón (pero eso es otra historia, y será motivo de una próxima entrada).
Me despido dando recuerdos y un fuerte abrazo a la familia, especialmente a la más pequeña (y guapa) de todas, a mi ahijada, que hace unos días cumplió su primer año.