domingo, 17 de marzo de 2013

OTRA DE MOLINOS (RÍO REXILÓN)



  

   Nuestros abuelos vivieron una época de cambios y transformaciones sin parangón en la historia de la humanidad. En el suspiro que es la vida de un hombre, fueron testigos de la sustitución de los carros del país, y del tradicional arado romano, por grandes y modernos tractores; los caminos se convirtieron en carreteras y en autopistas por donde circulan coches, autobuses y camiones; y los cielos donde antes abundaban aguiluchos y curuxas son surcados por aviones y helicópteros. Hasta oyeron decir que los americanos, esos que inventaron la Coca Cola, habían llegado a la luna.

Carro del país en un antiguo parreiro
    Estos cambios, que siguen produciéndose cada vez más aceleradamente, han propiciado esta sociedad actual, que llamamos "globalizada", en la que, a menudo, nos enteramos antes de lo que acontece en la otra punta del mundo que de lo que está ocurriendo, a diario, delante de nuestras narices. En una sociedad dominada por las nuevas tecnologías se resienten las relaciones personales (es triste tomar algo con cuatro amigos, y que los cuatro se dediquen a trastear con el móvil en vez de charlar y hacer lo que siempre se ha hecho, poner a parir a todo hijo de vecino), y cada día que pasa perdemos algo de nuestras tradiciones, de la forma de vida de quienes nos precedieron y, también, de nuestra propia identidad. Una vez, alguien dijo que "Cada anciano que muere es un libro abierto que se cierra", y tengo la impresión de que esto se hace, cada día que pasa, más patente.

   
   Hace unos cuarenta y cinco años empezaron a llegar a los hogares del Suroccidente asturiano los primeros molinos eléctricos, que facilitaron sensiblemente algunas de las tareas de aquellas gentes, que pudieron moler en casa el grano para sus animales domésticos y para hacer el pan. Paulatinamente, se fueron abandonando los molinos harineros que abarrotaban las riberas de nuestros ríos y, especialmente, riachuelos. Mi suegro siempre dice que, cuando llegó el primer molino a casa, se dijeron que usarían éste sólo en invierno y que, en verano, volverían a moler al "regueiro". El problema es que el verano todavía no ha llegado, y los viejos molinos se fueron llenando de maleza, y con la maleza fueron cayendo en el olvido las veceras, las idas y venidas al molino, las canciones o "muñeiras", los romances surgidos al lado de las muelas, dándole a la "parpayuela", y toda una forma de vida, de la que ya únicamente nos quedan vestigios en el rico, y menguante, patrimonio etnográfico y en la memoria de esos "libros abiertos" que poco a poco se van cerrando (es ley de vida). Después, nos preguntaremos por qué no hemos escuchado más, y mejor, a ese hombre que nos ha contado, tantas y tantas veces, cómo se mareó la primera vez que se subió a un barco (para hacer el servicio militar en África) o cómo, en una ocasión, pudo cazar una liebre con el sobaco.



   Un ejemplo paradigmático lo podemos encontrar en el pequeño río Rexilón (o Rixilón), que nace en una campa junto al Santuario de Nuestra Señora de Bordondio, muy cerca del pueblo cangués de Trones, en la Sierra de Santa Isabel, para entregar sus bravas aguas al río Arganza, en las inmediaciones de la aldea de Argancinas, concejo de Pola de Allande. En sus escasos cinco kilómetros, salva una gran pendiente, dejando a su margen derecha los pueblos de Olgo, Araniego y Parajas y los de Trones y Faedo a la izquierda.

   Las características del río, con saltos naturales y un notable caudal a lo largo de todo el año, lo hiceron ideal para la instalación de gran cantidad de molinos harineros, pero también hay restos de antiguas y primitivas funciones, y un poblado castreño, aguas abajo de Trones.



  Este pasado verano recorrimos la zona y pudimos ver cuatro molinos en escasos cincuenta metros; comidos por helechos, jóvenes avellanos, alisos ("humeiros") y zarzas, dos de ellos carecen ya de tejado y mucho me temo que, en pocos años, de ellos únicamente quedarán cuatro piedras amontonadas.


   Los más ancianos del lugar, entre ellos mi suegro, me comentan que el primero de los molinos era "El Molinón", por ser el más grande de los cuatro, y que su propiedad era compartida entre varios vecinos de Argancinas, que otro era de los de Parajas y que otro era de los vecinos de Araniego. Que los turnos de molienda se organizaban mediante un sistema de veceras, de las que aún conservan documentos...




  En una época como la que estamos viviendo, resulta difícil pedir más a las Administraciones, pero sí debemos exigir a nuestros políticos (que, en teoría, han elegido esa profesión por vocación) un esfuerzo extra por conservar lo que, en el fondo, constituye nuestra propia identidad. Con un mínimo de interés e imaginación y por muy poco dinero (seguramente por menos de lo cuesta levantar esa acera que, en cada legislatura, se cambia dos o tres veces), con la ayuda de los vecinos (a través de una institución tan tradicional como la "Sextaferia", por ejemplo), se podrían recuperar éstas, y otras muchas, edificaciones, conservarlas para nuestros hijos y nietos como ejemplo de un modo de vida que ya se ha extinguido, y se podría dotar a la zona de un nuevo atractivo turístico que añadir a los ya existentes.


    Me despido recordando a un clásico, una de esas personas que dedicó su vida a conservar lo que leía en los "libros abiertos" de su época, fines del XIX y principios del siglo XX.

- "Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte". Marcelino Menéndez Pelayo.