jueves, 20 de diciembre de 2012

UN DESCONOCIDO MONUMENTO CANGUÉS

  

    Desde la antigüedad el ser humano eleva monumentos para recordar a una persona importante, una fecha relevante o un hecho singular. Los hay de todo tipo: así tenemos las Siete Maravillas (que son catorce, las del mundo antiguo y las del moderno); en un rincón escondido de la Sierra de Guadarrama se levanta un monumento a una espectacular mariposa nocturna descubierta por Graells en el siglo XIX; en una carretera que comunica Madrid con Barcelona se erige otro al  Meridiano de Greenwich (que inspiró el título de la última novela de Lorenzo Silva) ...

 

   Antes de la actual crisis económica, que amenaza con cargarse de un plumazo el estado de bienestar y unos derechos que tardaron siglos en ser conquistados por lo que durante muchos años se llamó la clase obrera, nuestros brillantísimos políticos se lanzaron a una desenfrenada carrera de despilfarro que, entre otras cosas, llenó las rotondas de las carreteras de pastiches de, en la mayoría de los casos, dudoso gusto y elevadísimo precio. Casi todas las capitales de provincia tenían que tener una estatua de Botero, un Centro de Congresos, un Palacio de Deportes y aeropuerto. Así, un famoso preboste de la Costa Levantina decidió hacer un aeropuerto del que apenas despegan aviones y, de paso, encargó, para celebrar tan insigne obra, una colosal estatua de sí mismo, estatua que salió por unos insignificantes 300.000 euros.


   Pues bien, en el pequeño y casi despoblado pueblo cangués de La Artosa, con una vista privilegiada hacia el salvaje valle del Río Cabreiro y frente a los imponentes Peneos de María, se levanta un entramado de madera con un mástil del que cuelga una ajada bandera asturiana. Remata el conjunto una placa grabada con el nombre de una mujer, Adelina Martínez. 

  
   Este desconocido y modesto monumento no es ni más ni menos que un sentido y emotivo homenaje a una mujer que fue "la más grande" y que "brilló más que el Sol". Ejemplos como éste, que se debe al amor de sus familiares más cercanos por una madre ejemplar (que dio a luz y sacó adelante a dieciséis hijos), demuestran que todavía queda algo de bondad en algunos seres humanos. Invito a quien lea estas líneas a visitar La Artosa y a reflexionar al pie del más sencillo y desconocido monumento cangués.


  

domingo, 9 de diciembre de 2012

LA SERONDA




Camino de Sonande a Vallao (Cangas del Narcea)


   La Seronda, sin duda la estación más fotogénica, toca a su fin, dejando en nuestras retinas imágenes imborrables, que no se repetirán hasta la próxima otoñada.

Subida al Puerto del Connio
    Los magníficos bosques del suroccidente asturiano experimentan una rápida y paulatina transformación cromática en la que las verdes hojas de los árboles caducifolios van cambiando de color hasta que finalmente se caen, enriqueciendo el humus del suelo y favoreciendo el crecimiento del mismo, o de otros árboles.

Vista de Muniellos
     La disminución de las horas de sol y la bajada de las temperaturas obligan a los árboles a desprenderse de sus hojas, al no ser capaces de producir, mediante la fotosíntesis, la suficiente clorofila para perpetuar el verdor de sus copas. Se desprenden, por tanto, de sus hojas y ahorran energía en un largo letargo, del que no despertarán hasta poco antes de la primavera.

Bosque mixto de castaños y pinos desde El Puelo
    Abedules, fresnos, avellanos, nogales o arces (nuestros "pládanos") se tiñen de una llamativa tonalidad amarilla; castaños y robles adoptan un color más oscuro, que oscila del rojizo al marrón; los serbales de los cazadores ("capudres") y, sobre todo, los cerezos adquieren un espectacular color rojo, que, vistos en medio de un bosque, los asemeja a grandes llamaradas de color.
Pládano en un prado, cerca de la Vegal del Tallo

     Pero son las hayas, las reinas de nuestra Seronda. Pasear por la parte alta del Valle del Narcea (desde Gedrez a Monasterio de Hermo) durante los meses de octubre y noviembre es un verdadero espectáculo en el que asumen el papel protagonista las grandes e imponentes "fayas". En escasos metros del inmenso Hayedo de Monasterio de Hermo podemos encontrar variaciones cromáticas que van del verde al rojo más intenso, pasando por mágicos y sorprendentes dorados.

Brañas del Narcea. Hayedo de Monasterio de Hermo.
Hayedo de Monasterio de Hermo entre la niebla
   Nadie mejor que Patrick Mathew, naturalista escocés precursor de Darwin que vivió a caballo entre los siglos XVIII y XIX, para definir, en un libro sobre arboricultura y construcción naval, estos magníficos árboles: "Combina magnificencia con belleza, siendo el Hércules y el Adonis de nuestros bosques".
 
Detalle de la copa de un haya
    Bien, pues de éstas hay millones de ejemplares en el Hayedo de Monasterio de Hermo, constituyendo una experiencia única adentrarse en su interior, en cualquier época del año.

 


 

   Pero hay otros muchos lugares del municipio cangués que permiten contemplar bellas escenas otoñales, como pueden ser el valle del Cibea y el magnífico valle del Río Cabreiro, el mismo que hace poco más de un año pudo salvarse milagrosamente de un pavoroso incendio que asoló hectáreas de bosque y monte de dos de las más recónditas y bellas aldeas de las muchas que conforman la privilegiada geografía canguesa, La Artosa y Vega del Tallo.

Palacio de Miramontes, Cibea.



Prados de Cibea y Llamera, subiendo a Vallao



Hayedo en el Valle del Río Cabreiro
Vista de la cabecera del Río Cabreiro

jueves, 4 de octubre de 2012

EL CORRALÍN VUELVE A ESTAR HABITADO

   La aldea de El Corralín, un pequeño enclave degañés entre el pueblo de La Viliella (concejo de Cangas del Narcea) y El Bao (Ibias), se ha convertido en los últimos años, por varios motivos, en uno de los lugares  más enigmáticos y, diría que, míticos, de la Cordillera Cantábrica.
   Hasta este remoto paraje llegaron los romanos hace unos dos mil años y, sin previa declaración de impacto ambiental, extrajeron todo el oro que pudieron, para mayor gloria del Imperio. De sus andanzas por estos lares quedan palpables vestigios en el relieve, que ya describió Octavio Bellmunt y Traver de la siguiente manera:  "sitio de grandes trabajos mineros, al parecer de la época romana. Allí se cortó una gran sierra por su centro y se notan señales y restos de grandes presas, que viene desde muy lejos, y mueren en las labores indicadas. Quedan además horno profundizado en las duras peñas, grandes cañerías, algunos empedrados y otras señales de aquellas lejanas obras".

 




Tres vistas del impresionante corte en la ladera

    En el lejano 1969 El Corralín paso a engrosar la creciente lista de pueblos abandonados de Asturias; la interrupción definitiva de la construcción de la frustrada carretera Larón-Cecos (quedan restos evidentes de la misma en el tramo de La Viliella al Puente de la Baxancada) y las duras condiciones orográficas del lugar (se trata de una ladera con una pronunciada pendiente) hicieron que los pocos vecinos que quedaban decidieran que lo mejor era hacer las maletas e irse del lugar, para asentarse, mayoritariamente, en los pueblos del contorno: el Bao, Sisterna, La Viliella, ... Después, un incendio acabó con los inmuebles que permanecían en pie.
Vista de las ruinas de una de las viviendas
Paredes de otro de los inmuebles de El Corralín
    El pueblo se encuentra dentro de la Reserva Integral de Muniellos, por lo que el acceso está restringido. Pudimos acceder a él acompañados por uno de aquellos que se vieron obligados a abandonarlo en el año 69 (cuando no era más que un niño) y comprobamos cómo, en los últimos años, se están esforzando por recuperar parte del "esplendor" perdido: se rehizo la capilla, se recuperan pasarelas y puentes de madera, se levantan paredes,...

Puente sobre el río Ibias
Restos de la chimenea de una vivienda en el Barrio de Arriba
Pasarelas sobre sendos riachuelos
        Al Corralín se puede acceder desde el área recreativa del Pousadoiro (otro topónimo que nos habla de antiguas explotaciones auríferas), a la que se llega por un cómodo y ancho camino desde  el Bao o Sisterna, o por otro que nos llevará a La Viliella o Larón, una vez cruzado el citado Puente de la Baxancada, atravesando antes un espléndido bosque de robles. Existe otro camino, el que comunica el Corralín con La Viliella y Larón por la orilla derecha del río Ibias y que se conserva merced al trabajo y denodado esfuerzo de unos pocos lugareños.

Bosque de roble albar
     Estos esfuerzos por recuperar parte de lo que un puñado de paisanos, hace más de cuarenta años, dejaron atrás (durísima decisión, tomada a buen seguro que a regañadientes y con gran pesar)  tienen un claro reflejo en la reconstrucción de la pequeña capilla y en la recuperación de la fiesta en honor de San Miguel, que cada mes de Septiembre congrega un considerable número de personas en un lugar sencillamente espectacular, rodeado de alguno de los mejores bosques de Asturias y a la orilla del Río Ibias.

Tejado de pizarra de la capilla rodeado de árboles
Río Ibias

Río Ibias desde el Puente de El Corralín




   En los últimos años una sorprendente noticia ha revolucionado este rincón del Suroccidente asturiano y se ha extendido como la pólvora por la blogósfera: una enigmática francesa llegó hace escasamente un par de años al Corralín y se quedó a vivir en tan inhóspito, a la par que bello, lugar.  Con perseverancia y la ayuda desinteresada de manos amigas, ha reconstruido una modesta vivienda y se ha convertido en la misteriosa Dama de El Corralín.

Entrada a la morada de la Dama de El Corralín


   El niño que dejó el Corralín y todavía hoy añora su cada vez más lejana infancia en esta perdida aldea, conquistada por una afable extranjera, resultó ser un magnífico cicerone; gran conocedor de la fauna, nos mostró rastros y señales dejadas por jabalíes, lobos, y por el gran oso pardo: ramas de cerezos rotas, tallos de fresnos y robles con desgarradores arañazos y zarpazos, grandes deposiciones con grueñas de cerezas, etc. No en vano, es éste el hábitat idóneo para el más grande de nuestros mamíferos, uno de cuyos ejemplares, de nombre Lara, alcanzó cierta notoriedad hace algunos meses al ser rescatada, curada de sus heridas y finalmente reintegrada a estos extraordinarios bosques, por dónde esperamos que siga campando durante muchos años. Esta zona de la Cordillera Cantábrica, que comprende Muniellos (y, dentro de éste, El Corralín), La Viliella, Larón, Fondos de Vega, todo el Valle del Degaña y el Alto Narcea, es muy probablemente el lugar de la Península Ibérica con mayor densidad de población osera.

Fresno con varias caricias de algún tierno osito

Cagadilla osuna con tropezones de cereza

   P. D.- No quisiera despedirme de El Corralín sin recordar que en nuestra época también existen imperialistas bajo el bonito nombre de alguna empresa con bandera de conveniencia (suelen escoger países escandinavos, o bien otros con buena prensa, como Canadá o Australia) que pretenden extraer oro en la costa asturiana, con métodos que suponen un riesgo inasumible para nuestro Paraíso Natural y para el Medio Ambiente.

   Desde este modestísimo púlpito, quiero mostrar todo mi apoyo a las plataformas y vecinos que luchan contra esos gigantescos molinos de viento que son las multinacionales, los "políticos" que dicen representarnos y esa "prensa" local que, como los dos anteriores, manipula, deforma y miente descaradamente. Por eso, grito bien alto: "ORO NOOOO".



miércoles, 20 de junio de 2012

LAGUNAS DE FASGUEO


  Durante buena parte de la primavera, nuestras sagradas montañas del Suroccidente de Asturias se tiñen de un color morado que contrasta con el verde intenso de los primeros brotes de los árboles de hoja caduca. El responsable de esta llamativa transformación cromática es un pequeño y modesto arbusto que los lugareños llamamos "ganzo", y que en la lengua de Cervantes recibe el nombre de brezo.


Brezo. Erica australis, subesp. aragonensis
     Con ocasión del último regreso a casa, preparamos una ruta por las tierras que separan el municipio leonés de Palacios del Sil del asturiano concejo de Degaña, una de las zonas más desconocidas y bellas del Principado. Iniciamos la caminata en el Puerto de Valdeprado, otro de los muchos que, a lo largo de la Cordillera Cantábrica, sirven de entrada a nuestro Paraíso esmeralda. Este Puerto de Valdeprado, o de San Antón, fue probablemente el lugar elegido por los romanos para transportar el oro extraído en Degaña (El Corralín) hasta Astorga, desde donde se enviaba, vía Tarragona, a la ciudad eterna. Lo que hoy sale por él (y me temo que no por mucho tiempo) es el carbón de Cerredo hacia las cercanas térmicas del Bierzo.

 
    No sé si por la deficiente señalización de la ruta o por la torpeza innata de los senderistas, empezamos nuestra aventura adentrándonos en un espeso bosque de esbeltos abedules y serbales, con algunos robles centenarios que, orgullosos, mostraban negras cicatrices de viejos fuegos originados, cómo no, por algún pirómano.     
Gran Ejemplar de Roble entre abedules

   Merced a un modernísimo GPS, pudimos salir del bosque para adentrarnos en un inextricable piornal, que nos mantuvo entretenidos un buen rato intentando evitar arañazos. Por fin, casi a ciegas, encontramos el camino al salir a un cortafuegos que recorría el lomo la ladera, ofreciendo magníficas vistas del valle de Degaña.

Vista de Degaña
      Como era de esperar, los estómagos pronto empezaron a reclamar algo sólido para poder recuperar fuerzas y acometer la parte más dura de la subida. En una pequeña campa, dimos cuenta de una riquísima empanada, comprada ese mismo día en un conocidísmo establecimiento cangués. Allí pudimos ver algunas de las especies más representativas de la riquísima flora de la Cordillera Cantábrica: nemorosas, los últimos narcisos y dientes de perro de la temporada, margaritas, jacintos, algunos crocus y la espléndida Fritillaria pirenaica.

Diente de Perro (Erythronium dens-canis)
 
  
Fritillaria pirenaica
    Repuestas nuestras de por sí exiguas fuerzas, iniciamos la ascensión al collado donde se asientan las lagunas de origen glaciar,  y el esfuerzo merece la pena: aguas cristalinas y un lugar casi salvaje, de gran belleza.
  
Primera Laguna
 
Segunda Laguna

 
   No contentos con lo ya subido, los más intrépidos continuamos la ascensión hasta el Cornón de Busmori, un coloso que, con sus casi 2000 metros sobre el nivel del mar, nos ofrece una vista difícilmente igualable de los contornos: Degaña y Cerredo, los valles de Ibias, el Bierzo y los Ancares, la inconfundible silueta de nuestro Caniellas y del Cueto de Arbás, ...

 


   Me despido con una nueva imagen de esas antiquísimas montañas moradas de mi siempre añorada Asturias.